lunes, 9 de septiembre de 2013

La reconciliación es posible

                                                                                POR: JORGE ROJAS CERVELA
Esta es la historia de dos hombres, que crecieron y vivieron su juventud de manera antagónica y que durante los años previos a la dictadura se movilizaron en los polos opuestos de la política chilena. Uno fue presidente de la Juventud Socialista y el otro participante activo de un grupo paramilitar de la extrema derecha. Cada uno experimentó realidades diferentes durante ese periodo y visiones polarizadas del Chile de ese entonces. Sin embargo, ambos mantienen hoy una relación de amistad cercana y de una familiaridad que dista mucho de su pasado. 

Durante los años setenta, Clemente Reyes, se mostraba crítico a la Unidad Popular y paulatinamente fue adentrándose a la actividad política, pero no de cualquier manera, y menos a través de una militancia partidaria común. Su aspiración por combatir grupos de izquierda de manera certera se hizo tan fuerte,  que tomó  la decisión de involucrarse  de manera activa  en una naciente organización paramilitar que por aquel entonces se conformaba. Así, Rolando Matus — cuyo nombre homónimo se debe a un campesino asesinado que militaba en el Partido Nacional— fue la agrupación elegida, cuyo objetivo fundacional era combatir a brigadas  como la Ramona Parra y Elmo Catalán, de la extrema izquierda.
La misión de Reyes desde un comienzo fue clara. Se le asignó la interceptación de llamados y de conversaciones entre posibles blancos de izquierda. “Yo tenía conocimiento de comunicaciones y hacía escuchas, esa era mi misión en el grupo”, explica él.
Por el contrario, Gabriel Castillo, quien tenía  veinticuatro años de edad, en ese tiempo era  presidente de las juventudes socialistas de Romeral — una comuna que se encuentra a cinco kilómetros de Curicó — en la cual desplegó buena parte de su militancia. “No me arrepiento de nada de lo que hice” y agrega que “si uno piensa algo, debe ser respetado”.
Pese a la proximidad y a la cercanía familiar, ambos absorbieron el fin  de la UP desde perspectivas radicalmente opuestas. Así, tras concretarse el Golpe de Estado, Clemente sintió alivió y vio que el derrocamiento de Allende había puesto fin a una “época de mucha inestabilidad en todo sentido”, según explica. Es más, comenta que luego del “11” su vida comenzó a normalizarse y junto a ello puso fin a su participación en el grupo armado, ya que “con el golpe terminaba nuestra misión” señaló.  Pese a su activismo en el movimiento, se refirió de manera opuesta a las violaciones de los Derechos Humanos que se llevaron a cabo durante la dictadura de Pinochet.
Por el contrario, Gabriel  fue tomado prisionero el mismo   11 de septiembre y vivió lo que muchos chilenos experimentaron durante el gobierno militar. “Iba por la plaza de Curicó, y me encontré con un supuesto amigo, y me dijo que venía el golpe y que me podían agarrar. Me despedí de él, y cerca del hospital él estaba conversando con una patrulla militar. Me detuvieron y me llevaron al regimiento. Ya habíamos 50 personas detenidas”, recordó. También rememoró  los excesos que él, y quienes estaban prisioneros, tuvieron que soportar por parte de los militares del regimiento. Cuando iba al baño, tenía que dejar la puerta abierta y un soldado me apuntaba; fueron meses terribles”, aludió. Continuó expresando que “durante ese tiempo, estábamos muertos en vida”. Es por eso que el golpe de Estado para Castillo, fue y seguirá siendo, una mancha en la historia de nuestro país, ya que las experiencias personales marcaron una generación de chilenos.
Pese a las diferencias políticas e ideológicas, ambos terminaron por compartir más que una relación familiar. Durante seis años, Reyes había mantenido un noviazgo con Teresa, la cual era hija de un suboficial de Ejército (en retiro) y que a su vez tenía tres hijas y un hijo. Castillo comenzó una relación con Patricia una de las hijas y junto a ello empezó a formar parte de dicha familia.  Así fue como, en un principio, tuvieron que compartir sin pensar las mismas cosas ni mucho menos las mismas vivencias.  Clemente recuerda el momento en que Gabriel se incorporó a la familia, y el recibimiento que él le dio, a pesar de las disimilitudes que ambos tenían.  “En algún momento lo conversamos, y le dije que era consecuencia de aquello (golpe)”, comentó, y prosiguió diciendo que “no iba a discutir con él, porque se podía producir un quiebre en una familia que era importante para los dos”.
A medida que pasaron los años, ambos fortalecieron los lazos de una relación que se transformó en amistad; vacaciones, convivencias, cumpleaños y variadas reuniones familiares, fueron la base para que ambos estrecharan su convivencia, dejando todo lo político de lado.  Incluso en el año 1977 Teresa y Clemente, quienes estaban casados, pasaron a ser padrinos de bautismo de la primera hija del matrimonio conformado por Patricia y Gabriel.  Con este suceso, la relación y el devenir de ambos se consolidaron en todo sentido.

Hoy su amistad está más fuerte que nunca, han pasado varios años desde que se conocieron y desde aquella experiencia que dividió a muchos chilenos.  Para ellos el golpe de Estado significó, pelear por sus ideales, pero también crear una amistad única e invaluable.