POR: JORGE ROJAS CERVELA
Esta es la historia de dos hombres, que crecieron y vivieron
su juventud de manera antagónica y que durante los años previos a la dictadura
se movilizaron en los polos opuestos de la política chilena. Uno fue presidente
de la Juventud Socialista y el otro participante activo de un grupo paramilitar
de la extrema derecha. Cada uno experimentó realidades diferentes durante ese
periodo y visiones polarizadas del Chile de ese entonces. Sin embargo, ambos
mantienen hoy una relación de amistad cercana y de una familiaridad que dista
mucho de su pasado.
Durante los años setenta,
Clemente Reyes, se mostraba crítico a la Unidad Popular y paulatinamente fue
adentrándose a la actividad política, pero no de cualquier manera, y menos a
través de una militancia partidaria común. Su aspiración por combatir grupos de
izquierda de manera certera se hizo tan fuerte,
que tomó la decisión de
involucrarse de manera activa en una naciente organización paramilitar que
por aquel entonces se conformaba. Así, Rolando Matus — cuyo nombre homónimo se
debe a un campesino asesinado que militaba en el Partido Nacional— fue la
agrupación elegida, cuyo objetivo fundacional era combatir a brigadas como la Ramona Parra y Elmo Catalán, de la
extrema izquierda.
La misión de Reyes desde
un comienzo fue clara. Se le asignó la interceptación de llamados y de
conversaciones entre posibles blancos de izquierda. “Yo tenía conocimiento de
comunicaciones y hacía escuchas, esa era mi misión en el grupo”, explica él.
Por el contrario, Gabriel
Castillo, quien tenía veinticuatro años
de edad, en ese tiempo era presidente de
las juventudes socialistas de Romeral — una comuna que se encuentra a cinco
kilómetros de Curicó — en la cual desplegó buena parte de su militancia. “No me
arrepiento de nada de lo que hice” y agrega que “si uno piensa algo, debe ser
respetado”.
Pese a la proximidad y a
la cercanía familiar, ambos absorbieron el fin
de la UP desde perspectivas radicalmente opuestas. Así, tras concretarse
el Golpe de Estado, Clemente sintió alivió y vio que el derrocamiento de
Allende había puesto fin a una “época de mucha inestabilidad en todo sentido”,
según explica. Es más, comenta que luego del “11” su vida comenzó a
normalizarse y junto a ello puso fin a su participación en el grupo armado, ya
que “con el golpe terminaba nuestra misión” señaló. Pese a su activismo en el movimiento, se
refirió de manera opuesta a las violaciones de los Derechos Humanos que se
llevaron a cabo durante la dictadura de Pinochet.
Por el contrario,
Gabriel fue tomado prisionero el
mismo 11 de septiembre y vivió lo que muchos
chilenos experimentaron durante el gobierno militar. “Iba por la plaza de
Curicó, y me encontré con un supuesto amigo, y me dijo que venía el golpe y que
me podían agarrar. Me despedí de él, y cerca del hospital él estaba conversando
con una patrulla militar. Me detuvieron y me llevaron al regimiento. Ya
habíamos 50 personas detenidas”, recordó. También rememoró los excesos que él, y quienes estaban prisioneros,
tuvieron que soportar por parte de los militares del regimiento. “Cuando iba
al baño, tenía que dejar la puerta abierta y un soldado me apuntaba; fueron
meses terribles”, aludió. Continuó expresando que “durante ese tiempo,
estábamos muertos en vida”. Es por eso que el golpe de Estado para Castillo, fue
y seguirá siendo, una mancha en la historia de nuestro país, ya que las
experiencias personales marcaron una generación de chilenos.
Pese a las
diferencias políticas e ideológicas, ambos terminaron por compartir más que una
relación familiar. Durante seis años, Reyes había mantenido un noviazgo con
Teresa, la cual era hija de un suboficial de Ejército (en retiro) y que a su
vez tenía tres hijas y un hijo. Castillo comenzó una relación con Patricia — una de las hijas— y junto a ello empezó a
formar parte de dicha familia. Así fue
como, en un principio, tuvieron que compartir sin pensar las mismas cosas— ni mucho menos— las mismas vivencias. Clemente recuerda el momento en que Gabriel
se incorporó a la familia, y el recibimiento que él le dio, a pesar de las
disimilitudes que ambos tenían. “En
algún momento lo conversamos, y le dije que era consecuencia de aquello (golpe)”,
comentó, y prosiguió diciendo que “no iba a discutir con él, porque se podía
producir un quiebre en una familia que era importante para los dos”.
A medida que
pasaron los años, ambos fortalecieron los lazos de una relación que se
transformó en amistad; vacaciones, convivencias, cumpleaños y variadas
reuniones familiares, fueron la base para que ambos estrecharan su convivencia,
dejando todo lo político de lado. Incluso
en el año 1977 Teresa y Clemente, quienes estaban casados, pasaron a ser
padrinos de bautismo de la primera hija del matrimonio conformado por Patricia
y Gabriel. Con este suceso, la relación y
el devenir de ambos se consolidaron en todo sentido.
Hoy su amistad
está más fuerte que nunca, han pasado varios años desde que se conocieron y
desde aquella experiencia que dividió a muchos chilenos. Para ellos el golpe de Estado significó,
pelear por sus ideales, pero también crear una amistad única e invaluable.